Hay heridas que se quedan contigo toda tu puta vida. Y que te acompañarán hasta el final de tus días.
Lo mejor que se puede hacer ante
esos casos, es aprender a vivir con ellas. Ser consciente y acostumbrarse al
dolor. Al hueco. Al vacío.
Con el tiempo, la herida no
desaparecerá. Seguirá ahí. Será crónica. Sin embargo, y como cualquier
enfermo, podemos aprender a conocer nuestra enfermedad. A sobrellevarla y a no
dejar que nos condicione. A vivir con ella.
Por ello, llegará el día en que ante
cualquier aviso de comienzo de dolor, sepamos
anticiparnos y masajear con paciencia la parte dolorida. El día en el que aprendamos
a respirar profundamente durante uno segundos para contrarrestar el propio
vibrar de la misma. El día en el que a pesar del escozor, decidamos ir a la
playa. Y dar un paseo. Y comer un helado.
Y en lo fría que va a estar el agua.
Y en lo fría que va a estar el agua...