lunes, 10 de agosto de 2015

A veces me pregunto

¿Quién ha dicho que las heridas se curan, que cicatrizan? 
Hay heridas que se quedan contigo toda tu puta vida. Y que te acompañarán hasta el final de tus días. 

Lo mejor que se puede hacer ante esos casos, es aprender a vivir con ellas. Ser consciente y acostumbrarse al dolor. Al hueco. Al vacío.

Con el tiempo, la herida no desaparecerá. Seguirá ahí. Será crónica. Sin embargo, y como cualquier enfermo, podemos aprender a conocer nuestra enfermedad. A sobrellevarla y a no dejar que nos condicione. A vivir con ella.

Por ello, llegará el día en que ante cualquier aviso de comienzo de dolor,  sepamos anticiparnos y masajear con paciencia la parte dolorida. El día en el que aprendamos a respirar profundamente durante uno segundos para contrarrestar el propio vibrar de la misma. El día en el que a pesar del escozor, decidamos ir a la playa. Y dar un paseo. Y comer un helado. 

Llegará el día en el que, de camino a la orilla, nos fijemos en lo machacados que estamos y pensemos en todas aquellas veces que la vida nos hizo la puñeta y en lo fría que va a estar el agua.

Y en lo fría que va a estar el agua.

Y en lo fría que va a estar el agua...